107. El precio de la traición.
El humo todavía flota entre los restos del santuario, como un fantasma que se niega a abandonar lo que ya está muerto, y yo me descubro caminando entre las piedras calcinadas con la ropa rasgada, la piel manchada de ceniza y los ojos incapaces de llorar más, porque todo se ha drenado de mí en un instante, junto con la vida de los que juraron protegerme, mientras el eco del ataque aún palpita en mis oídos como un tambor lejano que no me deja respirar.
Y entonces aparece él. El nuevo líder de los conspiradores, emergiendo de entre las sombras como si las mismas ruinas lo hubiesen parido, con la frente marcada por símbolos antiguos y el pecho desnudo cubierto de tatuajes que parecen retorcerse bajo la luz de las brasas, un hombre de sonrisa cruel y mirada que me desviste como si el fuego no fuera suficiente para devorarme.
—Névara —su voz es un filo que se clava en mis entrañas—. Hoy la ceniza será tu velo y la sangre, tu alianza. Serás mía, no por deseo, sino por pacto, porque tu cuerpo