Cap. 93 Cuando te conviene
Celeste intentó abrir la boca, quizás para soltar otra lágrima, otra excusa, pero Lucius la silenció con una mirada que la atravesó como un estilete de hielo.
—Y te lo digo por última vez —continuó, cada palabra era una losa—: ya sé quién eres. Ninguna de tus excusas, ninguna de tus lágrimas de cocodrilo, va a poder hacer que yo te vea diferente de ahora en adelante.
Su voz se quebró por un instante, no de emoción por ella, sino por el peso de su propia ceguera pasada.
—Lastimé a Alba —confesó, y el nombre de su esposa en su boca sonaba a un sacrilegio, a una herida abierta— de todas las formas posibles. Por una mujer mentirosa. Manipuladora. Viciosa. Como tú.
La declaración era una sentencia. No había vuelta atrás. No había espacio para redención en los ojos de Lucius. Lo que había sido una obsesión equivocada, una lealtad mal dirigida, se había transformado en un conocimiento claro y en un desprecio absoluto.
Celeste lo miró, y por primera vez, el miedo en sus ojos no era calculado