Cap. 39 ¡Claro que no!
Al día siguiente, Hugo y Lena Marín regresaron a su casa con un cansancio que era, por fin, tranquilo. El peso de años de mentira y dolor parecía un poco más ligero. Ahora tenían acceso libre a su hija y a su nieta. Podían ser, de nuevo, familia.
Pero la calma fue efímera. Al cruzar el umbral, se encontraron con un espectáculo que les heló la sangre. Celeste, sentada en el sofá del living, estaba hecha un mar de lágrimas. O, más precisamente, había montado una meticulosa obra de teatro donde ella era la protagonista mártir.
Al verlos, se lanzó hacia ellos con los brazos abiertos en un gesto de supuesta desesperación.
—¡Mamá, papá! —sollozó, con la voz quebrada por un llanto perfectamente modulado.
—Es terrible... Alba y Luther... están inventando cosas horribles. Dicen que quise hacerle daño a Alba, a mi pobre sobrinita... ¡Es mi sangre! ¿Cómo podrían pensar...?
No pudo terminar la frase.
El sonido fue seco y contundente, un estallido de dignidad herida que cortó el aire como un relám