Cap. 38 Nuestra mala relación no debe afectarla
Después de un vaivén de visitas y afianzamientos alrededor de Alba, la mansión cayó en un silencio poco habitual. La calma, sin embargo, era tensa, cargada de todo lo que no se decía. Esa noche, con una determinación que le quemaba el pecho, Alba se plantó frente a la puerta de la habitación de Lucius y tocó con dos golpes secos. Tenían que hablar.
La puerta se abrió revelando a un Lucius desencajado, con las huellas de la culpa y el insomnio marcadas bajo sus ojos. Parecía un espectro de aquel hombre arrogante que una vez fue.
—Necesito hablar —declaró Alba, sin preámbulos, ni bien la puerta se abrió. No esperó una invitación.
Con una vergüenza que le nublaba la mirada, Lucius asintió e hizo un gesto vago para que entrara a su dormitorio. Pero Alba lo ignoró por completo. Se dio media vuelta y se dirigió con paso firme hacia el estudio, un territorio más neutral, un espacio de negocios, no de intimidad. Él, desconcertado, no tuvo más remedio que seguirla.
Cuando llegaron, Alba se sent