Habían pasado días interminables desde la última vez que lo vi. Días de espera, de silencio, de preguntas sin respuesta. Finalmente, había tomado la decisión de ir a buscarlo, convencida de que un encuentro cara a cara podía resolver lo que los mensajes nunca lograrían.
Cuando el coche se detuvo frente a la residencia de su familia, la imponente fachada blanca me pareció aún más fría que de costumbre. Los ventanales altos, el hierro forjado de los balcones, la perfección del jardín, todo estaba en su lugar. Pero en ese orden impecable había algo que me resultaba amenazante, como si escondiera una verdad que yo aún no alcanzaba a comprender.
Respiré hondo antes de bajar. Mis pasos resonaron en el mármol del recibidor cuando el mayordomo me abrió la puerta con la misma cortesía de siempre.
—Señorita Isabella —dijo con una leve inclinación de cabeza—. La señora la espera en el salón principal.
Mi corazón dio un salto. ¿La señora? ¿No Matías?
Me obligué a sonreír, agradecí y avancé con c