Yo miré por la ventana, observando a la gente que entraba: parejas tomadas de la mano, grupos de amigos, rostros ilusionados por la música que estaban por escuchar. Una punzada de nervios me recorrió, pero también una pequeña chispa de curiosidad.
Santiago estacionó el coche y se giró hacia mí. —¿Lista? Asentí, aunque la respuesta no era del todo cierta. Salimos del auto y caminamos hacia la entrada. El murmullo de la gente, el aire fresco de la noche, el brillo de las luces… todo parecía formar parte de un escenario en el que yo apenas estaba aprendiendo a caminar otra vez. Y así, con el corazón latiendo más fuerte de lo que quería admitir, crucé la puerta del concierto al lado de Santiago.El murmullo del público se apagó poco a poco cuando las luces de la sala descendieron. Me encontré sentada en aquella butaca, con el corazón inquieto y un ligero temblor en las manos. No sabía si era nerviosismo, ansiedad o simplemente el peso de todos los días anteriores que