Desperté con una sensación distinta. No podría decir que era felicidad, ni siquiera calma, pero sí algo más ligero que los días anteriores. Quizás era porque había logrado comer un poco la noche anterior, apenas unas cucharadas de sopa que Rosa me insistió en probar, pero fue suficiente para que mi cuerpo no se sintiera tan vacío al abrir los ojos. Me incorporé lentamente en la cama y, por primera vez en días, no me quedé mirando el techo durante horas.
Me senté en la orilla, respiré profundo y traté de convencerme de que era un nuevo día. No uno especial, no uno diferente, pero al menos un día más. Esa pequeña rutina de levantarme y vestirme con ropa cómoda, aunque sin dejar de lado cierta elegancia, comenzaba a ser una forma de recordarme que todavía podía controlar algo en medio del caos.
Bajé a la cocina sin mucha expectativa, y ahí estaba Rosa, como siempre, moviéndose con suavidad entre los muebles. El olor a pan tostado y café recién hecho inundaba el aire. La miré unos segundo