El cansancio, el alcohol y la intensidad del momento me vencieron. No recuerdo cómo terminó, ni en qué momento mis párpados se cerraron por completo. Solo conservo flashes: su rostro inclinado sobre mí, el calor de su abrazo, su voz murmurando algo que no logro descifrar. Después, silencio.
Cuando desperté, la habitación estaba en penumbras. Mi cuerpo aún temblaba, confundido entre la realidad y el recuerdo. La cama olía a él, y en mi piel quedaban huellas invisibles de lo que había sucedido. No sabía si había sido un sueño, una fantasía producto de mi mente intoxicada, o si realmente había ocurrido. Pero algo en mi interior me decía que no lo había imaginado, que aquella noche había cruzado un límite del que ya no podía regresar.
Me quedé ahí, acostada, con los ojos fijos en el techo, tratando de comprender lo que significaba. Una parte de mí se sentía viva, como si por fin hubiera recuperado lo que siempre quise. Otra parte, sin embargo, temblaba de miedo, porque intuía que esa entr