Los días siguientes se llenaron de una calma que nunca creí posible después de semanas de ansiedad. Cada gesto de Matías estaba lleno de atención y ternura. Me enseñaba con su manera de mirar que todo estaba bien, que podíamos reconstruir lo que la distancia y la incertidumbre habían puesto a prueba.
Salimos a caminar como solíamos hacerlo en los parques de mi adolescencia. Cada paso que daba junto a él era un recordatorio de que estábamos juntos, de que nuestras manos unidas eran la prueba más tangible de que la distancia no había destruido nuestro vínculo.
—Prometo no volver a alejarme así —dijo mientras me miraba a los ojos, y su tono era firme, casi solemne.
Lo creí. Lo abracé, y sentí que sus brazos eran todo lo que necesitaba para sentirme segura, para recordar que mi amor por él no había sido en vano.
Pasamos tardes enteras en mi habitación, leyendo libros, compartiendo pequeñas confidencias. Matías escuchaba con atención, sonriendo suavemente, rozando apenas mi mano mientras p