Al pasar unos días, la madre de Matías organizo una pequeña reunión, con el motivo de celebrar el regreso de su amado hijo.
Un encuentro pequeño, elegante, con un par de familias amigas y algunos allegados. El tipo de eventos donde todo debía verse perfecto, donde los gestos contaban tanto como las palabras. Yo estaba acostumbrada a esas dinámicas, me habían formado para dominarlas.
Matías estaba ocupado conversando con un viejo socio de su padre, y yo me encontraba acompañada de Sarah. Era inevitable; parecía que alguien siempre se encargaba de situarnos juntas, como si quisieran forjar entre nosotras una amistad que nunca podría ser.
Al principio, ella se mostró encantadora, como siempre: atenta, sonriente, con esa fragilidad que desarmaba a todos. Pero en cuanto Matías se alejó un par de pasos, noté el cambio. Fue como si la máscara se deslizara de su rostro y emergiera otra mujer, distinta, más afilada, más consciente de sí misma.
—Isabella —dijo con una calma perturbadora, soste