Cuando Caen las Flores, se Apaga el Querer
Cuando Caen las Flores, se Apaga el Querer
Por: Sandra
Capítulo 1
Al oírme, mi mamá le arrebató el teléfono:

—Sara, si a ti te encantan los niños, ¿qué te pasó hoy?

Ella sabe que cada año dono libros y juguetes al orfanato. Es obvio que me gustan los niños.

Bajó la voz para explicarme:

—Ese heredero de los Pérez, dicen que quedó lesionado y quizá no pueda tener descendencia. ¡Por eso ninguna chica ha querido casarse con él! Él ya fue varias veces a pedir tu mano y tú siempre dijiste que no, ¿te acuerdas?

Abrí el álbum del celular y miré la foto de ese hombre de hombros anchos, piernas largas y cara que quita el aliento. Pensé: aunque digan que en la intimidad no, sigue siendo mejor que casarme con Hugo Rodríguez, que tiene el corazón ocupado por su “amiguita”.

Recordé los ruidos que escuché hace un rato tras esa puerta. Sentí el pecho apretado, como si me lo partieran con un cuchillo.

Mi papá notó mi tono y, con cuidado, preguntó:

—Entonces, ¿cuándo vas a terminar con ese novio que vive como monje? Así coordinamos para ver al heredero de los Pérez.

—En tres días. Termino lo que tengo pendiente y vuelvo para comprometerme con Adrián Pérez.

Dejé el hotel y regresé al departamento donde llevo seis años viviendo con Hugo.

Hace unas horas, entre la multitud, nuestras miradas se cruzaron a lo lejos. Hugo pareció sorprendido de verme; frunció el ceño y luego le tomó la mano a la chica para llevarla de vuelta a la mesa.

Rosas, champán, una melodía de piano para declararse, cena a la luz de las velas… En seis años con él, nunca había venido conmigo a un lugar así.

Di media vuelta para irme. Sus amigos también estaban ahí; lo del hotel de parejas lo supe por las historias en redes de uno de ellos.

Antes de salir, todavía los escuché silbar y aplaudir:

—¡Ustedes sí que hacen linda pareja! ¡Por fin se les hizo!

—¡Vamos, brindemos por estos dos! ¡Que el amor triunfe!

Solté una risa amarga. Seis años a su lado y nadie de su círculo sabía que yo era su novia; pero todos sabían lo suyo con ella.

Una acidez sin nombre me subió al pecho.

Hoy era nuestro sexto aniversario. La alegría de creer que por fin íbamos a probar el fruto prohibido se me volvió veneno.

Al llegar a casa, el repartidor dejó en punto de medianoche un pastel de aniversario. En la tarjeta, reconocí la letra de Hugo: “Desde hoy y cada día, quiero tenerte a mi lado.”

El chico del delivery me sonrió con envidia buena onda:

—Chica, tu novio te adora. Encargó el pastel más lujoso que tenemos, pidió entrega exacta a las doce y hasta escribió la tarjeta a mano.

Empujé la puerta, dejé el pastel sobre la mesa. Así que sí se acordó de nuestras seis vueltas al sol… ¿y aun así hizo lo que hizo esta noche?

Me dejé caer en el sofá; los ojos se me llenaron solos.

En cada rincón de este lugar hay rastros de nuestra vida, pero mi prometido reservó un hotel de parejas para pasar la noche con otra.

Miro el pastel y solo me da náuseas.

No sé cuánto tiempo me quedé ahí sentada, hasta que, de pronto, la puerta del departamento se abrió de golpe.
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