Como cualquiera en la empresa, también yo les dejé un “feliz compromiso” en redes a Hugo y Valeria. Después borré todos los contactos de Hugo de mi vida.
El avión aterrizó y mis papás fueron a recogerme al aeropuerto.
Mi mamá me tomó la mano, con los ojos húmedos:
—Mi niña, estudiar y trabajar tan lejos… mírate, te me adelgazaste.
Mi papá me dio un par de palmadas en el hombro:
—Con que estés de vuelta, ya está.
A su lado había un hombre de porte recto, hombros anchos, cintura estrecha. Se veía unos años mayor que yo. Traje tres piezas, rasgos marcados, mirada tranquila y una sonrisa leve que me sostuvo en silencio.
Su mirada me quemó; me sonrojé y ya sabía quién era.
—Sarita, él es Adrián Pérez —apresuraron mis papás.
Le tendí la mano. Adrián la tomó con su palma grande y apretó apenas mis dedos.
—Prometida, bienvenida a casa —dijo, con los ojos sonriendo.
Mis papás, felices, me empujaron un poco hacia él. Adrián me quitó la maleta de la mano izquierda y, al instante, notó la quemadur