Cuando por fin desapareció la cicatriz de mi muñeca, Adrián me llevó a elegir el vestido de novia.
A la entrada de la boutique, después de tanto tiempo, Hugo volvió a cruzarse en mi camino.
Traía un ramo de rosas rojas en los brazos, pero ya no tenían nada del brillo que un día me conmovió.
—Sara, no me voy a casar con Valeria. En estos días entendí lo que siento: ahora solo te quiero a ti.
El hielo y la soberbia de sus ojos se habían ido. Quedaba un ruego desnudo. Como cualquier ex que suplica volver.
Sentí rechazo. Apenas verlo, la escena del hotel en nuestro aniversario volvió a pasar en mi cabeza en bucle: él y Valeria, enredados en la suite, jaleados por todos.
Y ahora venía a decir “te amo” con la misma boca con la que besó a otra.
Ridículo.
Ni ganas me dieron de mirarlo. Desaliñado, con barba de días, no le llega ni a los talones a Adrián.
Tomé del brazo a mi esposo para rodearlo y seguir. Hugo corrió y me agarró la muñeca.
Me puso delante un fajo de expedientes médicos.
—Valeri