Capítulo 2
Hugo entró con prisa, todavía con el ajetreo pegado a la ropa, y traía un ramo de flores en la mano.

Se acercó sin una pizca de culpa ni disculpa en la cara.

—Sara, te traje tus rosas favoritas.

Rosas rojas: símbolo de un amor intenso… En sus manos, parecían una broma cruel.

Tomé el ramo. Hugo creyó que ya se me había pasado el enojo y entonces “explicó”:

—Valeria tiene cáncer de huesos. Su único deseo es casarse conmigo. Crecimos juntos, no puedo dejarla con ese deseo roto, así que en tres días me voy a comprometer con ella.

Tú siempre has sido tan comprensiva… seguro lo entiendes, ¿verdad?

No sonaba a explicación, sino a aviso. ¿Compromiso en tres días? Qué coincidencia: en tres días yo también pienso irme.

Asentí en silencio.

A Hugo siempre le molestó mi carácter de princesa. Decía que a la mínima venía a buscar atención y a preguntarle una y otra vez si me amaba.

Con el tiempo me contuve. Aprendí a aguantar.

Hoy no hice escena ni lo obligué a decir si todavía me amaba. Eso lo dejó sorprendido; me lanzó una mirada rara.

—Mañana me mudo para vivir con Valeria. En los próximos meses… quizá tengas que arreglártelas sola.

—Ella está enferma. Ahora me necesita más que tú.

Sonreí apenas y dejé las flores sobre la mesa. Hugo, al no oír ninguna protesta, se inclinó para acariciarme la cara.

Me moví lo justo para esquivarlo. En el cuello de su camisa brillaba una mancha de labial y una fragancia empalagosa me subió directo a la nariz. Me revolvió el estómago.

Rechazado, se calentó en silencio. No dijo nada más y salió de casa a toda velocidad.

Yo tiré las flores y el pastel al bote de basura y empecé a hacer mi maleta.

No quiero las flores. No quiero a Hugo. Y de este lugar donde viví seis años, tampoco me queda nada que extrañar.
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