—Sarita, Adrián te quiere bien. Ha venido varias veces a pedir tu mano y pasó todas nuestras pruebas —dijo mamá.
Asentí. Todo el camino, su cuidado estuvo a la vista.
Pero pensar que hoy Hugo y Valeria se comprometían, recibiendo aplausos y bendiciones, mientras a mí me colgaban el robo de un collar… me apretó el pecho.
Al final, les conté todo a mis papás.
En la universidad, Hugo era el inalcanzable del campus. Yo le sacaba copias de apuntes, le prendía veladoras y lo perseguí dos años hasta que dijo que sí.
Sabía vagamente que tenía una amiga de la infancia, pero nunca vi a Valeria cerca de él y no le di importancia.
En su estudio tenía una pulsera de cuentas de madera. Una vez, limpiando, la toqué sin querer. Hugo saltó como si yo hubiera activado una alarma y me empujó.
—No vuelvas a entrar a mi estudio. No vuelvas a tocar nada —me soltó, con la cara dura.
Pero cuando tomó la pulsera, en los ojos se le llenó una ternura infinita.
Desde el piso, alcé la vista y vi el grabado diminut