Mundo ficciónIniciar sesiónAlexander Lee
Hace dos años que llegué a América del Sur. Tenemos un par de empresas en este continente, una en México y otra en Venezuela. Soy coreano, acabo de cumplir treinta y cuatro años, y en la última década he supervisado las empresas familiares alrededor del mundo: unas dedicadas a investigación y desarrollo, otras a producción e importación. Nuestro ámbito se centra en la ingeniería de los suelos, un rubro que, como pueden imaginar, maneja una variedad de recursos delicados y muy rentables. Actualmente estoy en Venezuela. Nuestra filial, en sociedad con el estado, ha entrado en un periodo fascinante. El estudio de suelos raros está superando todas las expectativas de nuestros investigadores. Se necesita mucha inversión, y urge crear proyectos que se desarrollen a la par de lo que estamos descubriendo. Hemos llegado a un acuerdo con el estado: mi empresa financia y compartimos los créditos. Aceptaron sin dudarlo, pero con la condición de que yo fuera la cabeza del proyecto. Le han puesto el nombre de "Suelo Sur" en honor a la zona de investigación. Debo decir que este país es bastante misterioso. Su cultura es muy distinta a muchos lugares, incluso a México, aunque estén en el mismo continente. La belleza de sus mujeres complementa la hermosura de su naturaleza. Es un país verdaderamente bendecido. Hoy, como otros días, he quedado en reunirme con uno de mis agentes de campo. Salgo de la empresa, me dirijo al estacionamiento y subo a mi auto. El chófer arranca. Estamos por girar a la derecha cuando tres chicas salen de la empresa y caminan hacia la parada de autobús. Llevo un año aquí y, aunque he visto todo tipo de bellezas, aún me sorprende la diversidad. Pero mi atención se fija en una de ellas: rasgos medianamente asiáticos, estatura media (calculo 1.65m), cabello liso, un cuerpo nada del otro mundo. Es su porte lo que me detiene, su mirada. Parece una joven criada en la nobleza de mi propio país. Descarto la idea rápidamente, pero algo en ella me intriga profundamente. —Pare un momento —le ordeno al chófer. Solo quiero observar más de cerca. El chófer, al notar mi interés, comenta que ellas se unieron recientemente como pasantes en un convenio académico de cuatro meses. —¿Es de aquí o es de otro lado? —pregunto, confundido. ¿Tanto mestizaje hay aquí? El chófer sonríe. —Ella es descendiente de los pueblos originarios de este país, señor. Su belleza es una herencia, una cosa que llevamos en el ADN. Y sí, las hay para todos los gustos. —¿Usted es casado? —me pregunta. No respondo. Simplemente digo que avancemos. El chofer comprende la orden y se une al tráfico de la avenida. Esto es absurdo. ¿Por qué demonios mi mente saltó a imaginar un futuro con ella? Apenas la vi. La culpa es de este país. Los venezolanos te hablan de un futuro increíble mientras sonríen en medio de la crisis. Es contagioso. Aún no me acostumbro a tanta... esperanza. Já, eso debe ser. He terminado mis reuniones. Llego al penthouse y me sirvo un vaso de whisky. La idea de ella persiste. Mi mente, tan ordenada, ahora está inexplicablemente intrigada. Solo quiero saber un poco más. No pierdo tiempo y llamo a mi asistente, Jun. —¿Qué desea, señor? —me responde de inmediato. Voy directo al punto: —Quiero las fichas de las nuevas pasantes que ingresaron este mes. —¿Hay algún problema, señor? —pregunta, sorprendido—. Fueron admitidas por convenio, están bajo responsabilidad del estado. —No hay ningún problema, Jun. Estaba pensando en el proyecto. Quiero ver el perfil de los estudiantes de esa universidad, podrían servirnos para afianzar nuestra alianza con el estado. —Pero señor, no se preocupe, yo mismo me encargo de ese análisis. Usted descanse. —Jun. —Mi voz no deja lugar a dudas—. Es para hoy. —De inmediato, señor —tartamudea. Recibo la notificación. Son cinco documentos. Los reviso uno por uno. Ella es la cuarta. Su fotografía es de rostro sencillo, sin maquillaje. Esa mirada es la que me hace sentir inseguro de algo. Paso al registro. Su nombre: Aimunan García. 23 años. Ingeniería Geológica. Aimunan. El sonido es un eco, fuerte y único, diferente a cualquier cosa que haya escuchado. Me recuerda lo que dijo el chofer, un vestigio de lo que llaman la 'verdadera venezolana'. Siento que no es solo un nombre. Es una declaración. Sonrío. Es tan extraño. Decido observarla durante los cuatro meses de su pasantía. Sí, sé que parece algo turbio, seguir a alguien. Me recuerda a cuando hice mi servicio militar en Corea. Muchas veces sentí que ella sospechaba que la seguían, era evidente cuando miraba a los lados como buscando algo. No me detuve ahí. Decidí apadrinar la promoción de su universidad, pero solo fue una excusa. La buscaba a ella. Sé que lo sintió el día de su acto: nos miramos por segundos suficientes. Luego, en la fiesta. Si quiero algo, lo ordeno y lo obtengo. Pero ella me hizo reconsiderar mis formas. Por eso opté por una nota de invitación. Veamos hasta dónde nos lleva esa mirada. Quiero que lo haga por sí misma. Sí... ahora mismo está mirando hacia donde estoy, desde la pista de baile. Y todo mi ser quiere bajar.






