Alexander Lee (Jin-Sung)
El jet aterrizó en Katmandú al filo del amanecer. Las primeras luces del sol iluminaban los picos distantes y la neblina sucia que cubría el valle. El aire, fino y helado, era un contraste brutal con el clima climatizado de mi Mercedes.
Me bajé del avión con la arrogancia de un conquistador. Seis meses de paciencia se habían evaporado. Ya no era el CEO vigilante; era el hombre que venía a cobrar una deuda. Karl me seguía de cerca, visiblemente incómodo con el clima y con mi determinación silenciosa.
—Según el rastreo del plan de vuelo que obtuvimos del Abuelo, el avión de AMASF aterrizó hace cuatro horas en una pista rural a doscientos kilómetros de aquí —informó Karl, ajustándose el cuello de su gabardina. —Mi contacto local nos está esperando.
—Vamos —dije. No había tiempo para hoteles ni para disimular.
Dos horas después, estábamos en medio de la nada, cerca de una pista de aterrizaje rústica que olía a tierra quemada y a combustible barat