El restaurante "La Viña" era uno de esos lugares que parecían congelados en el tiempo. Las mismas mesas de madera, el mismo olor a romero y tomillo, las mismas fotografías en sepia de los fundadores. Cassandra se preguntó si ella también parecía congelada para los demás, atrapada en el mismo dolor de hace diez años, mientras observaba a Thomas saludar a viejos conocidos como si el tiempo no hubiera pasado.
—¡Thomas Rivero! ¡El hijo pródigo regresa! —exclamó Martín, dándole una palmada en la espalda—. Pensé que Hollywood te había tragado para siempre.
—Ya ves, las raíces tiran —respondió Thomas con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Cassandra se mantuvo al margen, sosteniendo su copa de vino como un escudo. Había accedido a esta cena por Emma, quien insistió en que sería bueno "normalizar" la situación ante los amigos de siempre. Pero ahora, rodeada de rostros familiares que los miraban con curiosidad mal disimulada, se sentía como un espécimen en exhibición.
—Cassie, estás precios