El ático de la casa de Cassandra siempre había sido un lugar prohibido para Emma. No por imposición materna, sino por ese acuerdo tácito que existe entre madres e hijas: hay espacios donde habitan los fantasmas del pasado, y es mejor no perturbarlos. Pero aquella tarde de sábado, mientras Cassandra visitaba a una amiga enferma, la curiosidad adolescente pudo más.
La escalera retráctil crujió bajo sus pies. El polvo danzaba en los rayos de sol que se filtraban por una pequeña ventana circular. Emma encendió la luz, una bombilla desnuda que apenas iluminaba el espacio atestado de cajas.
—Vamos a ver qué secretos guardas, mamá —murmuró, sintiendo la emoción de una arqueóloga a punto de descubrir un tesoro.
Entre álbumes de fotos y ropa pasada de moda, encontró una caja de zapatos con la etiqueta "Antes de ti". La caligrafía juvenil de su madre la hizo sonreír. Dentro, cartas dobladas con esmero, entradas de cine, un mechón de cabello atado con una cinta azul, y al fondo, un casete con una