Deseo animal

Deseo animal

Ariadna deslizó el móvil sobre la mesita de noche, el sonido del clic resonando en el silencio de la habitación. Una sonrisa tenue y genuina curvó sus labios. Su madre estaba bien. Se recuperaba con una lentitud previsible, pero su ánimo era fuerte, su voz clara. El alivio por haber salvado a Elías y, como consecuencia, haber estabilizado la situación de su madre, era un bálsamo en el alma de Ariadna.

Sin embargo, la tranquilidad era efímera.

Ariadna se levantó, sintiendo el leve mareo que Elías le había advertido. Le había ordenado reposo absoluto, pero los últimos dos días, la imagen de Elías se había convertido en su propia plaga de ansiedad. Él no había dormido. Estaba completamente sumergido en los laboratorios y en la biblioteca, buscando con desesperación la manera de preservar la vida de su Luna.

Ignorando el mandato de su Alfa, Ariadna se deslizó fuera de la cama. Se enfundó el camisón de seda más fino que poseía, una prenda vaporosa y con un solo botón de nácar
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