Fuego Salvaje
Ariadna no solo sonrió; se convirtió en la sonrisa, en la promesa y en el desafío. Su respuesta, "Una guardiana sabrá domar al lobo," no fue solo una frase, sino la entrega de su alma y la declaración de una guerra sagrada contra cualquier vestigio de dolor que se interpusiera entre ellos. Elías, el Alfa predestinado, se permitió un último suspiro de rendición. El temor a su propia fuerza, el miedo a la fragilidad de su Luna, se desvaneció ante la magnitud de su amor y la inocencia absoluta de su ofrenda. El aire de la biblioteca, antes pesado con el olor a papel antiguo y moho, se saturó con la fragancia de la lavanda que emanaba de Ariadna y el aroma terroso y a cuero de Elías, una mezcla explosiva que definía su vínculo.
Elías la levantó, la fuerza de su cuerpo una realidad ineludible bajo la piel desnuda de Ariadna. No era un movimiento gentil; era el rapto del depredador, el instinto primordial que necesitaba poseer y proteger simultáneamente. La depositó sobre la