Mientras tanto a kilómetros de ahí en la mansión de Santino. Santino se incorporó con un gesto brusco, apretando los dientes mientras el médico le ajustaba las vendas en el brazo. El olor a desinfectante llenaba la habitación, pero ni siquiera la punzada ardiente de la herida lograba aplacar el fuego de su ira. Había jurado que nadie se atrevería a desafiarlo en su propio terreno, y sin embargo, Marcello lo había hecho.
Con un manotazo apartó el frasco de alcohol que el médico intentaba ofrecerle.
—Basta —gruñó, la voz ronca y cargada de veneno—. Lo que necesito no es reposo, sino un recordatorio de que sigo siendo dueño de mi destino.
El médico asintió en silencio, temeroso, y recogió sus cosas. Apenas cruzó el umbral de la puerta, Santino hizo una seña a su hombre de confianza, Stefano, que aguardaba en la penumbra.
—Consígueme una cita con el patriarca —ordenó, cada palabra goteando resentimiento—. Si Marcello piensa que lo que me hizo se quedará así, está muy equivocado. Voy a arr