Dicho eso, dio un paso hacia la puerta, y con un movimiento de la mano, ordenó que las luces exteriores de la mansión se encendieran todas a la vez.
El jardín quedó iluminado por completo, y desde los ventanales, Marcello y sus hombres pudieron ver la figura imponente de Santino detrás del portón, de pie, fumando con serenidad.
Llevaba su traje negro impecable, gafas oscuras y un aire de desafío que provocaba más miedo que cualquier arma.
—¡Marcello! —gritó desde la entrada—. Deberías aprender a tocar la puerta antes de irrumpir en casa ajena.
Marcello levantó su arma, apretando los dientes.
—¡Baja, maldito! ¡Baja y enfrenta lo que hiciste!
—¿Lo que hice? —repitió Santino con sorna—. Oh, por favor. Si vienes a reclamarme por tu esposa, déjame recordarte que no fui yo quien la puso en la mira.
Marcello tembló de furia.
—¡Cierra la maldita boca!
Pero Santino siguió hablando, disfrutando del efecto que sus palabras causaban.
—¿Sabes qué es lo irónico? —dijo, sacando lentamente el puro de