Después de varios minutos el auto principal de Santino se detuvo frente a la escalinata y, segundos después, Santino bajó del vehículo.
El hombre llevaba el mismo traje oscuro de la boda. Había humo en sus manos, el puro aún encendido entre los dedos. Su rostro no mostraba ni una sombra de culpa. Solo la quietud arrogante de quien ha cumplido su venganza a medias.
Estéfano lo seguía a pocos pasos, con la mirada fija. Santino se quitó las gafas lentamente y caminó hacia el interior. Su andar resonaba firme, el eco multiplicándose por los pasillos de la mansión. Se detuvo frente al ventanal principal, observando el jardín iluminado por los primeros rayos del día.
—Baja a Victoria —ordenó con voz seca, sin volverse.
Stefano asintió de inmediato.
—Sí, señor.
El hombre giró sobre sus talones y subió las escaleras con pasos pesados. Mientras lo hacía, el silencio de la casa parecía volverse más denso. Al llegar al segundo piso, caminó hasta la habitación al final del pasillo: la habitació