Victoria tragó saliva con dificultad, y con un movimiento lento giró sobre sus talones. Su cuerpo temblaba con un gran trozo de gelatina. Cada músculo de su cuerpo temblaba, cada fibra de su ser gritaba que corriera, pero la fría presión de la pistola la mantenía inmóvil. Quería escapar, quería hacerlo, sin importar las consecuencias. No obstante, si lo hacía, una bala podría escaparse y acabar con ella.Frente a ella, Santino, con la camisa abierta y manchada de sangre, sostenía el arma con firmeza, los ojos brillando con una mezcla peligrosa de rabia y satisfacción. Una mirada cargada de peligro y de determinación.A su lado, su guardaespaldas intentaba mantenerlo erguido, pero el jefe parecía estar hecho de puro orgullo y voluntad.Damián, en cambio, jadeaba con dificultad. Sus labios partidos, la piel amoratada y las rodillas temblorosas lo delataban: estaba al borde de desplomarse. Y aun así, en un acto desesperado, aprovechó un mínimo descuido. Cuando Santino fijó toda su at
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