La noche había caído sigilosamente Stefano descendió del vehículo con el arma ya en la mano, el cañón reluciendo bajo la luz. No necesitó que nadie le dijera nada: el silencio que provenía de la casa hablaba por sí solo. La puerta estaba entreabierta, balanceándose apenas con el viento, y el marco mostraba un leve rastro de sangre seca.
—Quédense alertas —ordenó sin mirar a los hombres que lo acompañaban.
Su voz fue un murmullo ronc9. El eco de sus botas se perdió en el suelo polvoriento. Empujó la puerta con la punta del arma y el rechinido fue como un gemido largo, metálico.
Adentro, la penumbra lo recibió con el olor de la muerte. La casa estaba en silencio absoluto, salvo por el zumbido de una bombilla a medio morir. Los ojos de Stefano recorrieron el interior con precisión militar: una mesa, una silla caída, un vaso roto. Y, en el suelo, un cuerpo.
Se detuvo en seco.
—Maldición… —susurró.
Era la madre de Victoria. El disparo había sido limpio, directo a la cabeza. El rostro, tod