Damián Feldman.
Increíble que justo hoy mi auto decidiera averiarse, obligándome a tomar un taxi para volver a casa. Odiaba el caos de la ciudad, la muchedumbre y, sobre todo, a los imprudentes que cruzaban sin mirar.
Y entonces la vi.
¿Amelie?
La luz del semáforo cambió en el momento exacto en que pisó la avenida. Caminaba distraída, sin notar que un auto venía directo hacia ella a toda velocidad.
Corrí sin pensar. La tomé por la cintura y nos lancé al suelo. Rodamos un par de metros sobre el asfalto antes de detenernos. El auto pasó rozándonos, con el claxon sonando de forma estridente.
—¡Tengan más cuidado, idiotas! —gritó el conductor mientras se alejaba.
Yo aún intentaba recuperar el aliento. Amelie tenía las uñas clavadas en mis brazos, los ojos fuertemente cerrados. Cuando se dio cuenta de que estaba viva, pestañeó y me encontró encima de ella.
—¿Da-Damián? —susurró.
—Sí, soy yo. ¿En qué demonios estabas pensando, trepadora? Me descuido un par de días y ya te estás lanzando fr