Amelie Manson
Sentí el roce de sus labios sobre los míos, y juro que todo a mi alrededor pareció desvanecerse. Mi cuerpo tembló bajo su hechizo, y mis manos… no hicieron nada por detenerlo.
Damián me besaba de una forma que me descolocaba, porque mientras mi mente gritaba que lo empujara, que lo golpeara y saliera corriendo, mi cuerpo, mi corazón, mis ganas… me incitaban a seguir, a fundirme más en él, a devolverle el beso con una pasión que me ardía por dentro.
Sin dejar de besarme, me condujo hacia la habitación. Su lengua se coló en mi boca, enredándose con la mía, y más abajo, en mi vientre, estallaba una tormenta descontrolada.
Con movimientos precisos, me quitó la chaqueta, luego la blusa. Quedé solo con el sostén y la falda. Se separó un momento para tomar aire, y me miró con deseo, ¡con lujuria!
—¡Es una trampa! ¿Cierto? ¡Es una maldita trampa! —grité, apretando los puños.
Pero él no respondió. Permaneció en silencio, impasible. Se desabrochó la corbata, después la camisa, y