Movía el lapicero de un lado a otro mientras revisaba cada documento que me habían entregado los bancos, corroborando a qué cuentas habían sido depositados los desfalcos de la compañía. Solo aparecían registros de cuentas en el extranjero, a nombre de personas ficticias que ni siquiera existían. Sin embargo, todas las transferencias estaban firmadas por Amelie.
¡Amelie! ¡Amelie! Maldita sea, esa rubia y sus ojos inocentes, estaba acabando con mis pensamientos.
Escuché dos golpes en la puerta de mi despacho. Lancé furioso el lapicero lo más lejos que pude y me dispuse a abrir. Era Eder.
—Señor, ¿todo bien?
—En términos, Eder… Cuéntame, ¿hiciste lo que te pedí?
—Sí, señor. Entregué la tarjeta a la señorita Manson. Evidentemente la recibieron, pero no han hecho un solo consumo con ella, a pesar de que la familia Manson está en la quiebra.
—¿Qué? —palidecí—. Si realmente necesitaran dinero, usarían esa tarjeta que les envié a nombre de mi padre. Posiblemente están usando el dinero de los