INTENTOS FALLIDOS.
—¡Maldita sea! —golpeé la carpeta contra mi escritorio, frustrado, sintiendo cómo la impotencia me devoraba por dentro.
Las supuestas pruebas que había conseguido contra los Feldman no eran más que contratos y cesiones firmadas por la misma Amelie. Cada una de esas hojas solo servía para hundirla más, como si ella hubiera llevado de manera voluntaria a Feldman al precipicio.
No podía ser tan ingenuo. Las verdaderas pruebas debían estar dentro de la propia corporación, bajo llave, en las manos de Octavio o Rosalía. Y yo, irónicamente, ya no tenía acceso a ese mundo que me pertenecía por derecho.
El reloj en la pared marcaba las nueve de la noche, y mi oficina estaba en penumbras, iluminada solo por la pantalla de mi ordenador y una lámpara de escritorio, que amenazaba con apagarse en cualquier momento, me costaba reconocer que mis comienzos, no estaban siendo tan fructíferos como esperaba. Mi cabeza era un maraño de nervios y conjeturas, un nudo insoportable que se tensaba cada vez más