Damián Feldman
El amanecer del día del juicio llegó con un peso insoportable sobre mis hombros. Habían pasado apenas un par de días desde que Valeria y yo logramos entrar en las oficinas de Feldman para recuperar las pruebas, pero el tiempo había corrido como si fueran semanas. Mi cabeza no dejaba de repasar, una y otra vez, los archivos descargados, las cifras alteradas y los documentos que por fin señalaban a los verdaderos culpables: Lorenzo y Rosalía.
Amelie, sin embargo, se mantenía en un silencio frío e inquebrantable. Me había negado cualquier encuentro en la cárcel, con esa testarudez suya que a veces la hacía admirable, pero ahora resultaba desesperante. Yo sabía que lo hacía por proteger a nuestro hijo, o tal vez por orgullo, pero el resultado era el mismo: la distancia se ensanchaba entre los dos, justo cuando más necesitábamos estar juntos.
Aquella mañana me ajusté la corbata frente al espejo, con el ceño fruncido y el estómago revuelto. No era un juicio cualquiera. Era l