Damián Feldman
Impotente, golpee con fuerza la puerta de la casa de las Manson. ¡Maldita sea mi existencia.!
¿A dónde se había ido Amelie?
Saqué mi teléfono y deslicé mis dedos llamando a Eder. El hombre no tardó en contestar; sonaba agitado.
—Señor, qué bueno que llamó, yo estaba a punto de llamarle primero.
—¿Qué pasa, Eder? —pregunté confundido.
—Tiene que venir a la compañía, todo está hecho una locura.
—A ver, Eder, en este momento lo único que necesito es que vayas a buscar a Amelie al aeropuerto. Yo iré a la terminal. ¡Se fue! Y tú ni siquiera estuviste atento de hacia dónde.
Eder resopló, su voz apenas temblaba.
—Señor, en este momento tiene que venir a la compañía. La señora Amelie puede esperar. ¿Sabe lo que pasa? ¡Los empleados se han revolucionado, todos! Quieren acabar con las instalaciones de Feldman Corporated. Si no viene, no hay quien tome el control. Y puede ocurrir una tragedia.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Solamente venga, ¡no hay tiempo!
Un nudo de ira me atravesó el pecho