Amelie Manson
Regresé a casa con un dolor que me partía en dos. Las palabras de aquellos hombres aún me retumbaban en la cabeza, crueles, despiadadas, como cuchillos hundiéndose en mi pecho. Al verme entrar, mi madre corrió hacia mí con el rostro preocupado.
—¿Qué te pasó, cariño?
No supe por dónde empezar. Apenas logré mirarla, y las lágrimas amenazaron con salir.
—Mamá… voy a irme por un tiempo.
Su expresión se desfiguró en sorpresa.
—¿Irte? ¿Por qué?
Negué con la cabeza, apretando los labios, conteniendo el llanto que me quemaba por dentro. No quería que ella sufriera la misma humillación que yo había tragado.
—Porque es necesario —respondí con voz temblorosa—. Pero te prometo que no voy a desampararte. Seguiré encargándome de los gastos de la casa, de la empresa… trabajaré duro, mamá, levantaré lo que se ha caído.
Mi madre bajó la mirada y negó suavemente.
—Hija, no te preocupes por eso. Armando ya tomó posesión de todo. La empresa de tu padre… ya no existe para nosotros.
Un golp