El día anterior, mi destitución se había anunciado de forma abrupta, como un huracán arrasando con todo a su paso. Sin embargo, al cruzar la puerta de la compañía de los Feldman, una extraña calma me envolvió. Era como si, pese a la pérdida de mi nombramiento, una parte de mí celebrara en silencio.
Llevé la mano al pecho y lo recordé a él. A Damián. Los besos que me había dado, la forma en que me hizo el amor, y sobre todo, su propuesta de irme con él. Estaba demasiado loca, lo sabía, lo suficiente para no negarme y arriesgarlo todo pero al recordar la firmeza de sus brazos al sostenerme y jurarme que no me dejaría caer. Aquella imagen desterró cualquier rastro de amargura.
Con una sonrisa leve, avancé hasta mi antiguo despacho, Octavio iba a quedarse con esa oficina y el día anterior no había alcanzado a desocuparla. En un rincón, las cajas aguardaban, listas para recibir los últimos vestigios de lo que fui.
Comencé a empacar con cuidado. Sentía cólicos esporádicos, pero mi ánimo seg