Narrador Omnisciente.
La puerta se abrió de golpe. Armando irrumpió en la oficina, deteniéndose apenas un segundo al ver la escena: Amelie encorvada en el suelo, su rostro estaba pálido y desencajado, Soraya arrodillada junto a ella, sosteniéndola con ambas manos. Un charco oscuro comenzaba a extenderse bajo su pantalón, y el olor metálico de la sangre llenó el aire.
—¡Dios mío! —exclamó Armando, agachándose unos pasos hacia ellas—. ¡Llamen una ambulancia ya!
Su voz retumbó en el pasillo. Marina, que estaba a unos metros, giró de inmediato y corrió hacia el teléfono.
—Aguanta, por favor… —susurraba Soraya, acomodando a Amelie contra su regazo—. Todo va a salir bien.
—Soraya… —la voz de Amelie era apenas un soplo—, mis bebés…
—Shhh, tranquila. Vamos a llegar a tiempo —intentó sonreír, pero el temblor en su labio la traicionó.
Armando miró hacia la puerta con impaciencia.
—¡Apúrense con esa ambulancia! —gruñó, fingiendo una preocupación, que evidentemente no sentía.
El sonido de pasos