Amelie Manson
Por fortuna para mí, Damián estaba fuera de la ciudad. Llevaba más de dos semanas cerrando un negocio en el extranjero, y aunque su ausencia debería haberme traído paz, lo sucedido entre nosotros seguía martillando mi mente. Era imposible olvidarlo.
Esa mañana, el teléfono sonó con insistencia.
—Amelie… mamá —sollozó la voz de mi hermana menor al otro lado—. Sufrió un infarto.
—¿¡Qué!? Danna no puede ser.
No esperé respuesta. Tomé mi bolso y salí corriendo de la oficina, la sola idea de perder a mi madre me hacía sentir miserable, ya había pasado con mi padre, no podía permitir que ella también me dejara.
Llegué al hospital sin aliento, pregunté por su nombre, y una enfermera me condujo por un pasillo hasta su habitación. Mi madre yacía en la cama, con un suero en el brazo, y con los ojos apenas abiertos.
—Mamá… —susurré, tomando su mano, con un nudo en la garganta.
Mis hermanas lloraban en silencio, acurrucadas en un rincón.
—¿Qué pasó? —pregunté, tratando de entender