Damián Feldman.
—¿Está enferma? —pregunté de nuevo, sin poder ocultar mi ansiedad.
Amelie estaba pálida. Al verme, tragó saliva con dificultad.
—Creo que eso no es asunto tuyo, Maximilien. —Pasó a mi lado sin mirarme, con ese orgullo herido que tanto la caracterizaba.
La tomé del brazo con suavidad, impidiéndole avanzar.
—Podría ser muy bien, un asunto mío.
Desde aquella noche, una sola posibilidad me rondaba la cabeza, el embarazo. El malestar, las náuseas, ese rostro descompuesto... nada era una simple coincidencia.
—Ay, por favor… Ya sé que quieres verme muerta, pero al menos trata de disimular.
Intentó seguir caminando, pero la alcancé de nuevo.
—¿De qué huyes? Amelie, dime la verdad. ¿Hay posibilidad de que estés embarazada?
Me traicionaron los nervios, y no pude evitar preguntarle directamente. Ella se sonrojó al instante y negó con firmeza.
—No es asunto tuyo, Damián. Si estuviera embarazada, no tendría nada que ver contigo.
Sus palabras me encendieron la sangre. ¿Cómo que no