Amelie Manson
Tecleaba sin sentido frente al computador. Las letras bailaban, las ideas se evaporaban. Esa mañana era imposible concentrarme, porque después de lo que pasó con él, era la primera vez que lo volvería a ver.
Aunque mi mente rogaba que no apareciera, mi pecho deseaba lo contrario.
Las puertas del ascensor se abrieron. Miré el reloj: nueve en punto.
Damián, impecable, imponente como siempre, cruzó directo a su oficina. No saludó a nadie. Ni siquiera me miró.
Tenía preparado lo que pensaba decirle si se atrevía a sacar el tema. No caería en su juego. Si pensaba hablar con Bartolomeo, que lo hiciera. Estaba lista para afrontar las consecuencias.
Pero no dijo nada.
Ni ese día…
Ni al siguiente…
Ni al tercero.
Solo entraba, trabajaba, desaparecía. Me evitaba como si no existiera.
Yo, por el contrario, buscaba provocar el encuentro. No por desesperación, sino porque necesitaba saber qué carajos pretendía.
Lo vi bajar por las escaleras, entonces aproveché y fui detrás de él.
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