Pensé que después del beso, después del “me quedo”, lo más complicado ya había pasado. Pero estaba equivocada.
Con Damon, siempre hay una segunda vuelta. Siempre hay un “pero”. Y esa noche, después de que Camille saliera como alma que lleva el diablo y él me acariciara la espalda mientras yo aún estaba sentada sobre su cuerpo, me lo dijo.
—Anel… —empezó, con la voz ronca y aún cargada de deseo, pero con esa gravedad que me eriza—. Hay algo que tenemos que hacer. Y lo necesito contigo.
Me acomodé el cabello, todavía desordenado por sus manos, y lo miré con el corazón medio temblando, medio rendido.
—¿Qué cosa, Damon?
—Esto que estamos viviendo ya no puede ser solo entre nosotros. No solo por lo que siento por ti. Sino porque ahora eres mi debilidad. Y en este mundo, tener una debilidad es un lujo que no me puedo permitir si no la convierto en mi mayor fortaleza.
Fruncí el ceño. Lo conocía lo suficiente para saber que venía algo grande.
—Damon ¿qué estás tratando de decir?