Nick no se había ido ni cinco minutos cuando subí las escaleras con el corazón latiendo fuerte en el pecho. No por él. Por Damon. Por esa mirada que me lanzó cuando nos abrazamos, por esa mandíbula tensa, los nudillos blancos, los ojos que me quemaban la piel aunque no dijera una sola palabra.
Y yo lo vi. Lo sentí. Sus celos eran una llamarada silenciosa que amenazaba con incendiar todo.
Llegué a su habitación. La puerta estaba entreabierta. Lo encontré sentado al borde de la cama, los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas. No me miró al principio, pero supe que sabía que estaba ahí.
—¿Estás bien? —pregunté con voz baja.
—¿Estoy bien? —repitió él, con una risa seca—. No sé, Anel, ¿debería estar bien cuando veo a mi esposa abrazando a otro tipo en mi casa?
Suspiré. Cerré la puerta tras de mí y caminé hasta quedar frente a él.
—No fue "otro tipo". Fue Nick. Lo conocía desde antes de ti, y no tienes derecho a ponerte así solo porque me abrazó.
Alzó la vista, furioso.
—Y tú no