Estaban todos sentados en la sala. Laura hojeaba una revista que había encontrado en la mesa, mientras José terminaba de conectar el cargador de su celular.
Verlos así, en su espacio, seguía sintiéndose como un sueño hecho realidad.
Disimuladamente, se pellizco en el brazo y el dolor le hizo entender que si, que todo esto era real.
—Niña, deja de vernos. Nos vas a desgastar —bromeó su Nana, sentada frente a ella.
—Nana, de verdad no puedo creer que estén aquí.
Volvió a mirarlos con ternura, acomodándose mejor sobre los cojines, mientras acunaba su vientre con una mano, y finalmente preguntaba lo que llevaba rato rondando en su cabeza.
—¿Y cómo… cómo es que llegaron hasta aquí? —su voz salió suave, pero cargada de genuina curiosidad.
José y Laura intercambiaron una mirada, y fue la Nana quien rompió el silencio para dar las respectivas explicaciones.
—Un hombre vino a buscarnos —contó—. Muy serio, muy correcto… decía que trabajaba para Eros. Ya sabes ese marido tuyo que se ha portado