ZOE
La noche había caído como un manto de hierro sobre Los Ángeles. Las calles vacías parecían absorber hasta el más leve suspiro, y yo caminaba con los sentidos en alerta, sintiendo que cada sombra podía ser una amenaza. Apreté el número que Dante me había dado con fuerza, como si la piel pudiera recordarlo mejor que mi mente. Era absurdo, porque no sabía si podía confiar en él, o siquiera en mí misma. Después de todo, ¿quién era yo realmente? ¿Una mujer rota o el archivo que Ethan había sembrado en mi cuerpo? La duda me quemaba por dentro, pero ahí estaba, caminando hacia una estación abandonada, sola en la noche, atraída por una mezcla de miedo, rabia y un anhelo que ni siquiera me atrevía a nombrar. Con unos malditos tacones de aguja y un vestido de gala que no me había dado tiempo de quitarme.
Cuando Dante apareció, emergiendo de las sombras como un fantasma, me paralicé. Su figura era fuerte, segura, imponente, y sin embargo, había en sus ojos una mezcla de alivio y dolor que me