ZOE
La mansión Castelli olía a jazmines y a traición. Las paredes eran tan blancas que dolían a la vista, y las cortinas de lino filtraban la luz como si todo allí intentara disimular su verdadera naturaleza bajo un barniz de elegancia. Ethan había estado ausente toda la mañana, ocupado en los preparativos de lo que él llamaba “el inicio de nuestra vida”. Una boda. Una ceremonia familiar. Un espectáculo diseñado para lavar su imagen y exhibirme como su corona. Suya. Legítima. Intocable.
Me sentía una prenda ceremonial. Algo que se viste para una foto, y luego se encierra bajo llave. No lo dije en voz alta. Pero lo pensaba mientras caminaba por uno de los pasillos privados, intentando encontrar una salida de mí misma.
Fue entonces cuando escuché las risas.
Venían de la biblioteca antigua. Una de las habitaciones que Ethan había dicho que nadie usaba. Me acerqué. La puerta estaba entreabierta.
—¿Crees que va a sospechar? —preguntó una voz femenina con acento milanés.
—¿Zoe? Por favor… —