DANTE
La noche en Nápoles ya no se sentía como hogar, sino como territorio ocupado por sombras viejas. Hacía semanas que no soñaba con Zoe, pero el insomnio se volvía más cruel cuando el silencio era absoluto. A veces, creía oír su voz en los corredores de piedra, como un eco maldito de una vida que no podía recuperar. Otras veces, solo sentía el peso del vacío. El peso del amor… cuando se vuelve polvo.
Me vestí con negro, no por luto, sino porque así me muevo mejor entre los muertos. Paolo esperaba en el salón principal con los informes. Había pasado semanas rastreando cada laboratorio, cada transacción, cada nombre asociado a Ethan Castelli y su maldita red de médicos corruptos. Ivy estaba en la terraza, fumando, con una copa de amaretto en la mano y un vestido que decía provocación, pero una mirada que decía estoy harta de fingir que no sangras. Ninguno de los dos habló cuando bajé las escaleras. Sabían por el ruido de mis pasos que hoy no era día de estrategias lentas. Hoy era día