Búnker subterráneo — Núcleo central.
Las pantallas se encendieron una por una, proyectando una única imagen:
Mi rostro.
Pero no el que ahora mostraba cicatrices, ira y resistencia. No. Era mi cara infantil. Una niña de cinco años dormida bajo luz blanca, conectada a monitores. Cables entrando por mi cráneo. Electrodos pegados a mi pecho. Ojos cerrados. Piel pálida.
Y detrás… una figura con bata médica. Inconfundible.
Derek.
—¿Qué es esto? —pregunté, con un hilo de voz.
No hacía falta respuesta. Mi pecho sabía lo que mi razón se negaba a aceptar. Desde los altavoces, su voz sonó como una profecía cumplida:
—Es el día en que dejaste de ser una niña y comenzaste a ser el protocolo.
Mi madre se volvió hacia mí. Lágrimas en los ojos. Un temblor apenas perceptible en sus labios.
—No… —susurró, como quien aún cree que puede detener un tren con la palabra “alto”.
—¿Qué quiso decir? —le pregunté, aunque la respuesta ya latía bajo mi piel.
Derek siguió, implacable:
—Tu nacimiento fue humano. T