ZOE
Volví a despertar en Nápoles, pero no de un sueño, sino de un recuerdo mal enterrado. La ciudad me parecía menos hostil con el paso de los días, aunque cada rincón tenía una historia que no recordaba, un perfume que me quemaba los sentidos o un sonido que parecía arrancado de una pesadilla lejana. La casa de Dante no era una mansión lujosa ni tan sofisticada como la de Ethan, pero tenía ese aire de peligro antiguo y elegante que parecía rodearlo a él siempre. Paredes de piedra, ventanales altos, una terraza que daba a un puerto oxidado y silencioso. Nada aqui era conocido para mí y sin embargo… tampoco me sentía del todo prisionera.
Verona había sido clara: “Ethan no sabe que estás aquí, y así debe seguir”. Lo entendí. Aún no sabíamos lo que él había instalado en mi mente, y cada día sentía que algo se acomodaba dentro de mí. Como una pieza girando, encajando en un rompecabezas roto. A veces soñaba con sangre, otras veces con risa. Y otras… con Dante, pero no como era ahora, sino