VERONA
La mañana en Nápoles tiene ese aroma a pólvora vieja y humedad atrapada entre los balcones. A pesar del invierno, las calles seguían vivas, como si esta ciudad no supiera lo que es rendirse. Era el lugar donde Dante había crecido, donde su apellido aún pesaba y sus silencios aún tenían eco. Y por eso mismo, era el sitio perfecto. No para escondernos, sino para fingir que todo volvía a la normalidad. Para que Ethan creyera que Dante había regresado a su vida anterior… mientras planeábamos cómo destruir la suya.
Pero lo que no entendía, lo que realmente no podía creer, era lo que Dante acababa de hacer.
—¿Me estás diciendo que trajiste a Zoe aquí? —pregunté, cruzándome de brazos frente al ventanal de la sala de estar de la mansión Salvatore, donde el Vesubio se insinuaba como una amenaza dormida—. ¿A la mujer más deseada por el bastardo de Ethan Castelli? ¿Al activo biotecnológico más peligroso en el continente?
Dante no respondió. Lo odiaba cuando hacía eso. Esa forma suya de ca