**LEONARDO**
—Te encontré —dice una voz que me atraviesa como un rayo—. Sabía que estarías aquí.
Me giro. Y ahí está ella.
Su voz me corta como una hoja afilada, firme, aunque detrás se esconde un temblor que apenas logra contener.
—¿Con qué has estado aquí? Te he estado buscando. Una persona del servicio me dijo que vio a un huésped subir a la azotea.
El aire se espesa entre nosotros. La miro de reojo, y el nudo que llevo atascado en la garganta se aprieta más, obligándome a tragar lo que no quiero confesar. No sé cómo demonios logra siempre encontrarme incluso en los rincones donde intento desaparecer.
—¿Y qué haces aquí, Camila? —respondo con la aspereza que me queda como único escudo—. No deberías estar aquí. Vete de este lugar.
Las palabras suenan más duras de lo que quisiera, pero necesito que se aleje. Si se queda, corre el riesgo de que él se entere.
Ella da un paso más, desafiando la distancia que intento marcar.
—¿Eso es todo lo que vas a decir? —me lanza, firme, sin titubeo