**HENRY**
La noche cae sobre Londres como un manto pesado y húmedo; las farolas recortan sombras largas que tiemblan sobre el capó. El motor del coche zumba bajo mis manos y, aun así, el silencio dentro del habitáculo pesa más que el ruido de la calle. Conduzco de regreso a la academia y, por más que intento concentrarme en la ruta.
El rostro de Camila se repite en mi cabeza una y otra vez, clavado como una espina. Esa mirada dudosa y distante, no es la misma que conocí. No es la mujer que, me prometió compartir una vida que todavía no hemos conseguido construir. Hay algo en su silencio que me desarma y lo peor —lo que me quema por dentro— es que sé exactamente de dónde vienen esas dudas. Ese maldito de Montenegro. Su nombre me late en el pecho como una amenaza.
Aprieto el volante hasta que los nudillos me duelen. El cuero cruje y la ciudad pasa a cámara lenta: escaparates, taxis, gente que olvida su propio peso. Todo es por él.
Desde que reapareció, todo se desordenó; las certezas se