**LEONARDO**
Han pasado unas horas en que Camila y yo nos reencontramos y decidió quedarnos unos días en Annecy. Dormimos juntos, sin miedo al mañana. Sin la sombra del pasado ni las preguntas del futuro.
Me he despertado antes que ella. Me quedo quieto, observándola en silencio, mientras la primera luz del amanecer se cuela entre las cortinas y tiñe su piel de un dorado suave. La siento respirar lento, profundo… y en ese ritmo encuentro una paz que creí perdida.
Por fin, ya no tengo que imaginarla en sueños. Está aquí, real, tibia, con su mano descansando sobre mí como si temiera que me desvaneciera.
Abre los ojos despacio, me mira con esa calma que me desarma y me sonríe.
—Buenos días —susurra con la voz aún adormecida.
—Buenos días, señorita dormilona —respondo, rozándole la mejilla con el pulgar.
Ella sonríe sin decir nada más, cierra los ojos otra vez y murmura:
—Quiero seguir durmiendo…
—Entonces duerme —le digo, bajando la voz—. Yo me encargo del desayuno.
Se acomoda de nuevo c